“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mateo 13, 45). Así nos expresa el evangelio de este día el gran valor de la fe, que nos vincula con ese Reino, como poder y presencia de Dios, en todo cuanto existe. Para la Sagrada Escritura, es la fe la fuente de toda la vida religiosa. Siguiendo el ejemplo de Abraham, padre de todos los creyentes, los grandes personajes ejemplarizantes del Antiguo Testamento, vivieron y murieron en la fe: “Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más perfecto que Caín… Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su familia se salvase… Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir… por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros… -por la fe- experimentaron insultos y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles” (Hebreos 11, 4-36). A fin de cuentas, los discípulos de Cristo son los que creen en Él. La fe evoca seguridad profunda, confianza plena en Dios, sin ningún tipo de temor. Quien logre centrarse de verdad en Dios, quien desde la gracia pero también desde su libertad haga de la fe su gran riqueza, su gozo íntimo, su motivo de seguridad existencial; ese ha entendido lo que significa creer y ha captado y descubierto un tesoro, una piedra preciosa para su estabilidad y alegría personal. Quien logre sacar tiempo para hablar con Dios, para rezar, y lo haga con gusto, con convicción y logre hacer el templo, en el hogar, desde la enfermedad o la salud, ése tiene fe, y ha descubierto el gran tesoro de Dios. Quien asiste a misa con profunda fe y disfrute ese encuentro con Cristo participando, respondiendo, cantando, sabiendo cuándo debe arrodillarse, sentarse o levantarse, y en ese encuentro se fortifica para hacer el bien y luchar contra el mal, ése ha descubierto un gran tesoro, ha captado qué quiere decir la fe. Quien se confiesa sinceramente arrepentido, buscando las causas de sus pecados y encontrando soluciones bajo la guía del confesor, ése se siente en paz con Dios, con la absolución sacramental, ése ha encontrado una perla de gran valor. Aquél que se esfuerza en practicar la honradez, en desechar la mentira, en ser justo, en cumplir con su deber, como una exigencia de su fe, ése ha encontrado una gran riqueza. La fe nos mueve a ser buenos hijos, hermanos, amigos, padres y ciudadanos. Aquél que de verdad cree, logra vencer las depresiones, los temores y las angustias; ya que suceda lo que suceda está con Dios, y sabe decir con alegría: “Padre sea lo que sea, me pongo en tus manos”; y así no teme a la calumnia, a la amenaza, a la enfermedad, ni a la incomprensión o al dolor, porque entiende que con Dios todo lo puede. Por esto, Santa Teresa de Jesús pudo decir con una sabiduría y una entereza grandiosa: “Nada te turbe, nada te espante… todo pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.
Monseñor Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto
No hay comentarios:
Publicar un comentario